VIH / SIDA

¿Qué es el VIH?
El virus de la inmunodeficiencia humana (VIH) es un retrovirus (es decir, un virus que utiliza ARN como material genético) que afecta principalmente al sistema inmunitario. Concretamente, el VIH infecta y daña los linfocitos T CD4+, también llamados T helper o T colaboradores. Estos glóbulos blancos “ayudan” a otras células a realizar sus funciones, por ejemplo, activan a los linfocitos B para que puedan producir anticuerpos.
Cuando el VIH encuentra a sus células diana —los linfocitos T CD4+—, se fusiona con ellas y les introduce su material genético. De esta manera, el virus hackea la maquinaria celular para producir copias de sí mismo (los viriones), que se liberan a la sangre e infectan a otras células, repitiendo el proceso.
Estructura del VIH
El VIH es un virus pequeño pero muy complejo. Está rodeado por una envoltura externa con glucoproteínas, que funcionan como puntos de anclaje. De esta manera, el virus puede unirse y entrar en las células que infecta.
En su interior, el VIH contiene su material genético, compuesto por ARN y proteínas virales necesarias para su replicación. Esto está protegido por la cápside.

Con el paso del tiempo, se va reduciendo la cantidad de células CD4+ funcionales del organismo, dando lugar a una deficiencia inmunitaria. Al mismo tiempo, el número de copias del virus libre en sangre se multiplica exponencialmente, atacando de manera más agresiva al organismo. Esto lleva al síndrome de inmunodeficiencia adquirida (SIDA) o enfermedad avanzada por VIH.
Diferencia entre VIH y SIDA
Vivir con VIH no es lo mismo que con SIDA. Una persona viviendo con VIH puede ser asintomática; el sistema inmunitario se va debilitando con el tiempo, pero esto no siempre se traduce en síntomas o complicaciones inmediatas.
Sin embargo, el SIDA es un conjunto de manifestaciones clínicas que aparecen cuando la infección por VIH está tan avanzada que el sistema inmunitario ya no puede combatir infecciones. Son las enfermedades oportunistas.
Transmisión del VIH
El VIH se transmite a través del contacto entre fluidos corporales que poseen una alta concentración viral: sangre, leche materna, semen, secreciones vaginales… Esto ocurre generalmente en ausencia de tratamiento o cuando el tratamiento está fallando. Las tres vías de transmisión son:
- Sexual. Cuando las secreciones infectadas entran en contacto con la mucosa genital, rectal u oral de otra persona. Esto sucede en relaciones sexuales orales, vaginales o anales sin protección y en ausencia de tratamiento.
- Sanguínea. Además de las transfusiones, la transmisión de VIH por contacto con sangre también puede darse al compartir elementos punzantes infectados como jeringas para drogas inyectables o agujas para hacer piercings o tatuajes.
- Perinatal o vertical. El VIH también puede transmitirse durante el embarazo, el parto o la lactancia si la madre no está en tratamiento antirretroviral.
El VIH no se transmite mediante los besos, la saliva, los abrazos y los apretones de manos, ni por compartir objetos personales ni botellas de agua.
Si no es detectable, no es transmisible. Las personas con VIH que están recibiendo tratamiento antirretroviral y tienen una carga viral indetectable no transmiten el virus. Para prevenir la transmisión del virus, es esencial el acceso temprano al diagnóstico, a los fármacos y asegurar una buena adherencia al tratamiento.
Epidemiología del VIH
El VIH sigue siendo un importante problema de salud pública a nivel mundial. Según la OMS, en 2024 aproximadamente 630.000 personas murieron por causas relacionadas con el SIDA. A finales de 2024, había aproximadamente 40,8 millones de personas que vivían con VIH y 1,3 millones nuevas infecciones.
La presencia del VIH no es uniforme en todas las regiones; aunque se ha convertido en una afección crónica manejable en una gran parte del mundo gracias al acceso a tratamientos antirretrovirales, continúa siendo una de las principales causas de muerte en países de baja renta. La región africana de la OMS es la más afectada: el 3,1 % de los adultos vivían con VIH en 2024, lo que representa dos tercios de las personas que viven con el VIH en todo el mundo. Además, esta región representa el 50 % de las nuevas infecciones por VIH a nivel mundial.
Sintomatología
En las primeras semanas de infección (fase aguda), algunas personas son asintomáticas. Sin embargo, en otros casos pueden aparecer síntomas similares a los de un “síndrome gripal”, que puede incluir fiebre, náuseas o diarrea.
Tras los síntomas iniciales, se da la fase crónica; una etapa de latencia clínica o VIH asintomático, que en adultos puede durar años. Sin embargo, el sistema inmunitario se va debilitando por la reducción de linfocitos CD4+. Al final de esta etapa, puede darse pérdida de peso, diarrea persistente, o inflamación de los ganglios linfáticos.
Sin tratamiento, la infección por VIH en adultos suele avanzar en unos 8 a 10 años a SIDA, dando lugar a problemas de salud graves que, si no se tratan, pueden llegar a ser mortales. Algunas de estas enfermedades oportunistas son la tuberculosis, cánceres (como linfomas o el sarcoma de Kaposi), meningitis, hepatitis B, hepatitis C o la viruela del mono (mpox). Sin embargo, en niños la situación es diferente: la mortalidad aumenta al 50% en los dos primeros años de vida si no se diagnostica y trata a tiempo.
Diagnóstico
Existen dos tipos de pruebas para diagnosticar la infección por VIH.
- Pruebas serológicas. Detectan la respuesta del organismo frente al virus.
- Pruebas de anticuerpos. Son las pruebas tradicionales, y detectan anticuerpos contra el VIH en la sangre o en las secreciones bucales. El sistema inmune los produce después de exponerse al virus, pero pueden tardar entre 6 u 8 semanas en aparecer en la sangre.
- Pruebas combinadas. Incluyen las pruebas de 3ª y 4ª generación, capaces de detectar simultáneamente anticuerpos y el antígeno p24, una proteína del propio virus que aparece antes que los anticuerpos.
Las pruebas serológicas son pruebas rápidas que pueden detectar anticuerpos o combinaciones de antígeno/anticuerpo en 15-30 minutos. Cualquier resultado positivo requiere confirmación.
- Pruebas virológicas. Estas pruebas moleculares (NATs o PCR) detectan directamente el material genético del virus, por lo que, además, permiten medir la “cantidad” de virus libre en sangre (la carga viral). Se utilizan como pruebas confirmatorias, después de un resultado positivo, o para monitorear la respuesta al tratamiento del paciente.
El periodo ventana
Justo después de la exposición al virus, existe un período en el que el VIH puede no ser detectable mediante pruebas serológicas. Por eso, si la prueba ha salido negativa pero ha habido un riesgo reciente, se recomienda repetirla unas semanas después.

En la fase inicial de la infección por VIH, la carga viral (material genético del virus) es muy elevada, mientras que los anticuerpos puede que todavía no se detecten. Con el paso del tiempo, se va reduciendo la cantidad de células CD4+ funcionales del organismo (deficiencia inmunitaria). Imagen: Hospital Clínic de Barcelona
Tratamiento
El tratamiento del VIH se basa en los medicamentos antirretrovirales, que permiten controlar el virus reduciendo al máximo su multiplicación. Son eficaces, seguros y suelen tomarse en una sola pastilla diaria, y gracias a recientes descubrimientos potencialmente en forma de inyecciones periódicas (aunque todavía no está disponible como tratamiento de primera línea).
¿Existe vacuna para el VIH?
La vacuna es la mayor esperanza para el control del VIH, pero es muy difícil desarrollarla debido a los mecanismos del virus para adaptarse y evitar el sistema inmune. Sin embargo, existen otros métodos de prevención muy eficaces y esperanzadores.
Prevención
Una medida clásica y muy eficaz es el uso del preservativo, que protege frente al VIH y otras infecciones de transmisión sexual. A esto se suma no compartir objetos que puedan contener sangre —jeringuillas, agujas, cuchillas de afeitar o cepillos de dientes— y, en el caso de una mujer que vive con VIH, tomar tratamiento y evitar la lactancia materna para prevenir la transmisión al bebé, además de administrarle al recién nacido un tratamiento profiláctico postnatal.
Además, estas tres estrategias biomédicas han transformado la prevención:
- PrEP (profilaxis preexposición): es un tratamiento preventivo para personas sin VIH que tienen un riesgo elevado. Tradicionalmente se toma en forma de pastilla diaria.
- Lenacapavir: es una de las alternativas más innovadoras dentro de la PrEP. Se administra como una inyección de larga duración cada seis meses, lo que facilita la adherencia. Ha mostrado una eficacia muy alta en la prevención del VIH y ya forma parte de las estrategias recomendadas en varios entornos de salud pública en países con altos ingresos. El problema continúa siendo su elevado precio y el acceso en los lugares con mayor carga de infección, que coinciden con países de baja y media renta.
- PEP (profilaxis postexposición): se usa después de una situación de riesgo y debe iniciarse lo antes posible para ser efectiva.
La prevención también se apoya en el tratamiento; al tratarse, las personas que viven con VIH no lo transmiten a otras personas (Indetectable = Intransmisible). Por eso, es crucial el acceso al diagnóstico, comenzar el tratamiento lo antes posible y seguirlo de manera constante.
El tratamiento con fármacos antirretrovirales ha reducido considerablemente las muertes por SIDA, convirtiendo el VIH en una enfermedad crónica manejable en una gran parte del mundo. Sin embargo, continúa siendo una de las principales causas de muerte en países de baja renta.
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